RELATOS

Abrimos este espacio para que todo aquel al que le guste escribir pueda publicar aquí sus pequeños relatos sobre temas que a todos nos importan: la esterilización, la adopción, el amor que nos dan nuestros perros o gatos, el respeto animal...

Esperamos que se convierta en un espacio distinto en el foro que quizá pueda hasta ayudarnos a explicar a muchos por qué son tan importantes ciertas cosas para garantizar el bienestar de los animales.

Los relatos pueden también enviarse por email a asociacionmasquechuchos@gmail.com para que los publiquemos.

Todos los relatos que se escriban serán revisados. Masquechuchos no suscribe las opiniones vertidas en este apartado por los escritores de dichos relatos.

Inauguramos el tema con este cuento que nos manda Naty Díaz, colaboradora y amiga de Masquechuchos:

Llevaba en la mirada siglos de tiempo roto, de látigo callejero; había en su entorno una aureola de ansiedad mal contenida. Su aliento en aquel día de nieve incendiaba el bosque. Yo le miré a los ojos, se quedó estático; ya la nieve cubría su pelo dándole un aspecto subrealista.

Le acaricié el lomo; una corriente electrizante de sensaciones corrió por la palma de mi mano. Sólo le dije…. vámonos a casa y me siguió sin ningún gesto de desconfianza, mas bien, con la mayor confianza. Advertí en sus ojos unas gotas cristalinas, no sé si por el frio o por la emoción, creo que nunca lo sabré.

Su trayectoria había sido complicada, no al principio. Un hogar donde cada tarde de invierno se tumbaba junto al calor de la chimenea y allí se perdía en mil ensoñaciones, todas agradables, dada la complejidad de sus gestos.

Cuando el niño llegaba del colegio, ambos se convertían en cómplices de toda su vitalidad.

¿Qué puede llevar a un ser humano a abandonar a su mascota? Eso no podré saberlo nunca, cuando ocurrió, yo era muy niño, aun hoy me duele recordar, pero no sólo quiero recordarlo, también quiero escribirlo para que no vuelva a ocurrir. Si culpabilizo a alguien, lo dejo en mí. En aquel momento comencé a conocer el odio, y, no existe nada comparable al odio y más, cuando es a alguien tan tuyo.

Si hablo casi siempre en tercera persona es… que lo estoy transcribiendo desde la lejanía.

Un brusco frenazo y él afuera del asiento de atrás; el niño mira aterrorizado el sillón vacío, gritó…, pero sus gritos fueron amortigüados por el ruido del motor. Pegó su cara al cristal, él estaba allí, en medio de la calzada, estático, sin hacer ningún movimiento, los coches tenían que hacer cabriolas para esquivarlo. Sus ojos eran dos llamas encendidas; era casi noche, cuando la tarde se retira y todo comienza a cubrirse de sombras. Él era ya sólo eso, una sombra en mitad de la carretera, una sombra que interrogaba, una sombra que no comprendía nada, una

sombra suspendida en el vacío que olfateaba el arcén buscando el olor de los que tanto amaba.

Aquel niño jamás olvidó aquella mirada de auxilio y él, no pudo hacer nada porque los años aún no le habían dado ni fuerza ni autoridad.

Escuchó a sus espaldas: cuando pasen unos días, se olvidará.

Ni los años ni la pubertad ni ahora la madurez, le hizo olvidar jamás aquellas dos llamas encendidas en medio de la soledad, en medio de la nada.

No olvidó durante meses, más aún, durante años soñaba con sus caricias.

Jamás volvió a leer cuentos al calor de la chimenea ni dejó que se los leyeran; desconfió de los mayores y, sin saberlo, por su corta edad, conoció el rencor, conoció el dolor…

No le dieron ninguna explicación, hoy piensa que no había ninguna. Hoy que el va en coche con sus hijos, con su perro, aún después de tantos años, al pasar por aquel tramo de la carretera bordeada de tantos pinos, se me encoje el corazón.

Naty Díaz